¡Brasil
está triste!
Por increíble que parezca, Brasil está
triste.
Aunque el sol tropical brille y las playas
continúen llenas de gente, Brasil vive un momento de tristeza.
Y tal vez sea una tristeza genuina.
Y el culpable: el fútbol.
Justamente esa gran pasión brasileña hoy
le está provocando al brasileño una sensación de impotencia y de pueblo perdido.
A pocos días de la más vergonzosa copa
mundial de fútbol de todos los tiempos, no se respira en las calles la alegría
y la esperanza de otras copas; en las ventanas de las casas no flamea la
bandera brasileña como era la costumbre de los hinchas; los muros y las calles
pintadas con alegorías futbolísticas, apenas aparecen...
Es que el brasileño está triste.
Él no sabe qué hacer.
Por un lado, tiene las ganas de gritar
“campeón”; pero por otro, vive la angustia de saber que su país fue vendido,
como esclavo, a un vil colonizador que se llama Fifa, una de las organizaciones
más poderosas y corruptas del mundo.
Aunque la televisión y las tiendas
intentan propagar el espíritu jovial de la copa del mundo de 2014, la gente aún
no se anima...
¿Qué es lo que ha pasado?
Es que el brasileño sabe que le han
traicionado. Sabe que el gobierno petistas de su país lo vendió, lo manipuló y
lo entregó a la Fifa de la manera más escandalosa con el solo objetivo de crear
el “circo” que inmortalizaría a esos mojigatos que en doce años de gobierno han
conseguido dividir un país.
Es que el brasileño sabe que las denuncias
que corren por todo los rincones no son teorías de conspiración y sí la trágica
realidad que demuestra la vulnerabilidad de un país gigante dominado por un
puñado de individuos que no tuvieron la valentía necesaria de decirle “no” a la
Fifa neo-colonizadora. Esas autoridades agacharon la cabeza, metieron el rabo
entre las patas y dejaron que los jefes del fútbol mundial mandaran y
desmandaran a sus anchas por todo el país.
Es que el brasileño sabe que le han
apuñalado por las espaldas y no llega a entender cómo se cambiaron las leyes –como
la de la prohibición de venta de bebidas alcohólicas en los estadios, solo para
que las empresas de la Fifa pudieran vender sus bebidas- mientras que otras
leyes que el país necesita viven perdidas entre papeladas en Brasilia y
negociaciones partidistas.
Es que el brasileño sabe que trabaja y que
su salario de cuatro meses sirven solo para pagar impuestos altísimos que no le
sirven para nada, pues aún continúa con un sistema de salud mediocre, una
educación en último lugar, una seguridad pública ineficiente, una fuerza
policiaca violenta, mientras la Fifa y sus subsidiarias saldrán del país con
una ganancia líquida de más de mil millones de reales, sin pagar un solo
centavo de impuestos.
Es que el brasileño no sabe qué va a pasar
en las calles cuando la gente salga a protestar contra el absurdo de la copa:
¿será que la policía y el ejército van a actuar con violencia, salvajería como
si este país fuera una dictadura en manos de un partido que sabe de todo, menos
de democracia?
Es que el brasileño no sabe cómo reaccionar
al ver sus sueños frustrados: el país del fútbol ya no es más el país del
fútbol: el mundo lo ve preocupado mientras sus gobernantes (Dilma y su
antecesor) intentan convencer a la población de que todo está perfecto... para
los que se mantienen en el poder y aquellos que se han enriquecido con la
organización de la copa más cara del mundo.
Es que el brasileño finalmente ha abierto los
ojos y aunque le gusta el fútbol, se da cuenta de que este no le sirve para
nada, a no ser como entretenimiento, pues a los comandantes mundiales de este
deporte –y a muchos comandantes brasileños, como otros ya lo han demostrado- no
les importa el destino del Brasil, pues están más preocupados en fortalecer sus
lucros, aunque para eso tengan que ser corruptos.
La verdad es que Brasil está triste.
Y ahora, ¿qué debemos hacer?
No podemos quedarnos tristes para siempre.
Hay que levantar los ojos, caminar con la
frente en alto y acabar con estos males que tanto le están perjudicando al
país.
Lo primero que hay que hacer es no creer
en las palabras de los “famosos” que se han beneficiado con la copa, como
Ronaldo, el exjugador de fútbol, que solo ahora, cuando todo ya es demasiado
tarde, critica la ineficacia del gobierno en la organización, cuando él mismo ha
sido parte de la organización. Un auténtico Poncio Pilatos.
Lo segundo que hay que hacer, es darle un
puntapié en el trasero al gobierno petistas en octubre y no darle chances de
continuar destruyendo el país con políticas populistas que a la larga solo
destruyen la nación.
¿Es que debemos esperar estar como otros
países que han llegado a situaciones trágicas de guerras, de revoluciones, de
separatismos, de esclavitud, de fanatismos asesinos para reaccionar?
Brasil no puede esperar hasta
transformarse en una nueva Venezuela o en una falsa democracia comandada por
“dictadores” que amenazan a los que les critican; adulan a los ignorantes con
migajas e incentivan el fanatismo asesino.
Lo tercero que debemos hacer es cambiar de
mentalidad: dejar de ser pasivos y tomar la actitud necesaria para no permitir
que la corrupción tome cuenta del país en todos los niveles.
Dejemos de lado la comodidad y sean cuales
sean las creencias o ideologías, hay que unirse para construir una sociedad lo
más justa posible.
Es hora de que cada brasileño contribuya
con un ladrillo para construir el país y no permitir que otros nuevos
colonizadores vengan y nos saqueen.
Un país sin educación muere; un país sin
tolerancia racial e ideológica se pudre en sus propias entrañas; un país sin
líderes honestos, competentes e incorruptibles, se autodestruye; un país sin
mujeres y hombres intachables es una sociedad primitiva; un país sin ciudadanos
que estén dispuestos a trabajar por el bien de la nación es una jauría que se
autodevora.
Brasil: hay que recuperar la alegría y que
la desgracia de la organización de la maldita Copa sea el inicio de una nueva
era.
Ahora depende de cada uno y de lo que
estemos dispuestos a hacer.
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